Se crió entre cueros y telas.
Huérfano de chico, Nicolás Zaffora vivió con sus abuelos, quienes se
dedicaban a la talabartería y a la sastrería a medida. Y, si bien su
gusto por lo artesanal viene de tradición familiar, sus viajes a Europa
definieron el perfil de su emprendimiento: Zaffora Bespoke, sastrería
artesanal que fundó en 2011 y con la que, este año, proyecta facturar $
1,2 millón.
Antes de decidirse por el mundo entrepreneur, “hizo
prácticas” (así las define) en un monasterio, donde pasó 10 años como
monje y, como parte de sus labores, vestía a sus compañeros. Ya fuera de
los claustros, buscó inspiración en la tradicional calle londinense
Savile Row, arteria donde, justamente, se acuño el término bespoke
(prendas a medida).
“En la Argentina, hay muy buenos sastres pero
ninguno de la nueva generación. Acá, no existen academias”, cuenta
Zaffora. Es que el bespoke combina el savoir faire de una práctica
artesanal ancestral con tendencias modernas y el asesoramiento de
imagen. “El bespoke tailor es un artesano. Pero, ante todo, un creativo
de las manos, que da vida a la personalidad de una persona con las
prendas que mejor van con su cuerpo”, explica el emprendedor, quien
tiene su atelier en el edificio Barolo.
El proceso que lleva al
producto final demanda 45 días. Zaffora realiza el molde en base a los
volúmenes, líneas y colores que mejor le sientan a cada hombre. Pero,
además, conoce secretos que hacen que una prenda quede bien a cualquier
tipo de cuerpo. De ahí que, a un cliente, cada visita al atelier le
lleve entre 45 minutos y una hora. “Como sabemos que hay ejecutivos que
no disponen de este tiempo, tenemos un servicio de citas a oficinas”,
explica Zaffora, quien atiende a dueños de empresas, abogados y
ejecutivos de la City, además de políticos y diplomáticos.
“Voy
creando mi nombre en cada entrega”, asegura Zaffora, quien realiza, en
promedio, 10 trajes por mes y entre 30 y 40 camisas. Y agrega: “Un
hombre que viste a medida es muy raro que compre prendas ready to wear.
Y, por lo general, es una tradición que se transmite de padres a hijos”.
En
su caso, sus clientes son más bien jóvenes (desde los 35 hasta los 60
años) e, incluso, los hay del exterior –brasileños, estadounidenses–
que, por motivos laborales, visitan la Argentina y, antes de irse,
agendan una cita en su atelier. “Hay dos tipos de clientes: los que no
quieren verse mal y los que quieren verse bien”, diferencia el
emprendedor. A los primeros, cuenta, hay que llamarlos y ofrecerles lo
nuevo. Buscan estar cómodos y son más tradicionales. Los segundos, en
cambio, llaman para conocer lo nuevo. Varían los colores y usan prendas
más entalladas.
Como emprendedor de lujo, Zaffora sabe que tan
importante como un buen producto es un buen servicio. Así, hay dos
fechas que no deja pasar para llamar a sus clientes: las Fiestas y los
cumpleaños. Es que, como asesor personal, sabe que estos acontecimientos
ameritan un traje nuevo.
Fuente.
Revista Apertura